Tuitglish y Feisbuñol

En 10 años —chance menos—, cuando muchos de ustedes, lectores, empiecen a tener sus chamacos, se encontrarán un día con una pregunta de sus párvulos que deben estar al tiro para contestar: “Papi, mami: ¿por qué antes, cuando eran niños, como yo, la gente escribía tan raro? Ponían rayitas encima de algunas letras y signos de admiración e interrogación al principio de los enunciados. ¡Qué bizarros eran!”

Ojalá que su respuesta no vaya a ser: “(¡Gulp!) ¿Neta? ¿Quién te dijo eso, morro jijo?”, pues la vergüenza ya sería bastante después de haber destruido el lenguaje durante esta última década. Lo interesante para su pupilo será que le cuenten cómo es que lo lograron. Y la contestación está en corto —no sientan llegar el soponcio—. Bob Dylan les diría: the answer is blowing in the web.

Mientras a diario se embarcan a navegar en la Internet y se clavan en el universo de las redes sociales, involuntariamente —seguro— se están haciendo cargo de transformar la praxis de la lengua castellana tal y como nuestra ascendencia nos la heredó. ¿Eso está chido? ¿Es irresponsable de nuestra parte? Pues ya el destino nos lo dirá. Lo importante ahorita es tener armas para regresarle el madrazo al chamaco intrépido que nos puso en un segundo contra las cuerdas de la moral histórica.

Vamos a empezar por el principio (siguiendo la lógica del 21st century. Te-la-pelas 20th century Fox: ya eres leyenda). Englobadas dentro de nuestro defectuoso y añejísimo sistema educativo, nuestras clases de español en la primaria y la secundaria nunca fueron los suficientemente precisas para hacernos entender las reglas básicas del funcionamiento de nuestro idioma. La lógica nos dicta que si aprobábamos los cursos, teníamos el reconocimiento suficiente para soltarnos a hacer el español por la vida: que cada quien haga de su hocico un papalote.

Y Zuckerberg dijo: ¡Hágase la red social!; y se hizo Facebook. Tuvimos acceso todos y vimos que era bueno. Contactamos a nuestros compañeritos de prepri, valiéndonos madre si jamás les habíamos dirigido la palabra, y les escribimos un mensaje en su Muro, con la confianza y alegría de quienes recuerdan las estupideces sucedidas en la última peda; pero con la misma dicción imbécil de aquella borrachera: Weeee ke chiiidooo weee, pffff….. haber qndo nos vemos brooo…… tantas cosas ke contarnos.

A ver: ¡denle una buena explicación al chamaco del por qué empezaron a escribir así! La neta es que yo no la tengo; así que ni me pregunten. Mi opción sería —y, creo, la mejor— salirme por la tangente: “¿Qué querías, niño? ¿Que siguiera hablando como caballero de la mesa redonda?: Mi señor, ¿me recuerda? Soy Don Alejandro de Mendoza Arriaga y Asociados, Marqués de 75m2 de tierra, para servirle a Dios, usted y sus mercedes.” Renovarse o morir, ¿no? ¿O qué pedo? Sólo el que se adapta sobrevive. ¿Que no? ¡Lo dijo un filósofo importante!

Lo más sensato, pues, sería explicarle al bambino el significado de: onomatopeya. Hay que partir de ese concepto para más-o-menos entender —incluso nosotros mismos— la evolución que estamos provocando en nuestras lenguas. (Porque tampoco debemos sentirnos unos pinches Einsteins de la gramática: todos los idiomas están sufriendo cambios similares.) Así que ahí les va, de diccionario: onomatopeya: f. Imitación o recreación del sonido de algo en el vocablo que se forma para significarlo. “¿Mmmmm?” ¡Exacto! Ya encontraron el hilo negro.

Parece que el lenguaje que hemos estado desarrollando dentro de las redes sociales, y la Internet en general, tiene sus bases en un entendimiento onomatopéyico nuestro de su funcionamiento. Es decir: escribimos como nos suena. Piénsenlo: nos comemos los signos de puntuación porque acústicamente son inexistentes. Omitimos los signos de apertura en las oraciones admirativas e interrogativas por la misma razón; y sólo en ocasiones los colocamos al final para dar el sentido que buscamos.

Similar es lo que ocurre con la acentuación: les dejamos el trabajo a la prosodia y al contexto. “Que pedo”, por ejemplo, casi siempre se entenderá como pregunta; más si lo reforzamos con, aunque sea, el signo interrogativo al final. Y también es lo que sucede en la sustitución de consonantes con el mismo fonema: ke, para significar que, puesto que así se ahorran caracteres en un SMS o un tuit.

“Bueno, pinche Grammar Police, ¿cuál es el pedo? Si de todas maneras nos entendemos, ¿para qué tanto berrido?” ¡Aguanten! Es que falta la parte más interesante y preocupante. Si bien lo anteriormente dicho sólo reconfigura nuestra lengua, hay otro fenómeno que se desprende del uso mismo en exceso de onomatopeyas cuando escribimos en las redes sociales.

–       Tsss… Ke tu vieja muacs con ese weee?

–       Jum! Ya ni me recuerdes :s

–       Dah… No hay pedo weee, no valia la pena

–       Pfff… Ya se, pero es que si la kería 😦

–       Neta? Wiuuw!!! Si estaba bien mostra

–       Shhh! Respetala, era mi vieja

–       Awww… La princesa ya se sintió D=

–       Mmmm… Ves pq luego ya no te cuento nada?

–       Jajajaja!!!! No te pongas loco weee, ya mejor vamonos por unas muertas =D

El uso indiscriminado de las onomatopeyas no sólo provoca el empobrecimiento de nuestra lengua y su conformación, sino que también se ha reducido nuestra capacidad de raciocinio y hemos perdido expresividad. En vez de desarrollar ideas completas y claras en nuestros mensajes, e incluso de buscar alternativas para decir lo mismo, condenamos la riqueza idiomática a sonidos que, por más lógicos, no tienen siquiera un significado común establecido dentro de nuestro código lingüístico.

La onda, pues, es que estamos disminuyendo las grandes redes neuronales que somos capaces de conectar en nuestro cerebro a cambio de nuestro origen primitivo. Es sabido que la evolución del primate en hombre se debió a la creación de una lengua y el paulatino desarrollo de ésta. Además se cree que el génesis de cualquier lenguaje fueron, precisamente, onomatopeyas.

Por tanto, puede decirse que estamos regresando al origen; aunque no de una manera espiritual e hiperconsciente, sino bárbara  y superficial. Sin percatarnos, estamos desechando con desparpajo el conocimiento de varios miles de años de historia de la humanidad, el cual se transmite permanentemente a través del lenguaje. Cuando el hombre ha comprendido algo, sistemáticamente lo ha nombrado. Es así, mediante las palabras, que aprehendemos y heredamos los esfuerzos y las vidas de nuestros ancestros.

Bajo advertencia no hay engaño. Yo no sé qué haremos cuando un día nos estemos preguntando cómo putas se hace el fuego. O siquiera sepamos de su existencia. ¡Alguna explicación habremos de darle al niño! (Yo comenzaría por aclararle que bizarro no significa “raro”, sino “valiente”.)

2 respuestas a “Tuitglish y Feisbuñol

  1. Buena idea… comencemos por la referencia a bizarro:

    «Bizarro es una cualidad que denota un porte erguido, con carácter, firme. En sentido denotativo la palabra bizarro (del it. bizzarro, «iracundo») denota cualidades positivas, no obstante bizarro, comúnmente se utiliza para referirse a algo raro, extravagante, insólito, debido a la influencia de la palabra inglesa y francesa bizarre que significa «extraño»,»extravagante» «anormal», «atípico». …
    El uso repetido del término para referirse a algo extraño ha hecho de este significado un modismo de gran aceptación, aunque está su uso explícitamente censurado por la RAE en su Diccionario Panhispánico de Dudas.»

    http://es.wikipedia.org/wiki/Bizarro_(t%C3%Término)

    Así que ahora… bizarre será 😀

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